viernes, 13 de agosto de 2010

Memoria histórica





Yo no lo quito






Ayer, 12 de agosto, se cumplieron 74 años del fusilamiento en el foso de Santa Elena del castillo de Montjuich de los generales Goded y Fernandez Burriel. El dia 11 se celebró el Consejo de Guerra que los condenaba a muerte, y el 13 daba La Vanguardia la noticia de su fusilamiento en estos términos:





El fotógrafo Agusti Centelles consiguió estas dos fotos, las últimas imágenes que tenemos de aquellos dos militares en el Consejo de Guerra que se celebró en el buque-prisión "Uruguay ". El general Goded viste de uniforme sin correaje ni fajín, y Fernández Burriel de paisano.





También ha llegado a nosotros el testimonio de un periodista que nos ha descrito los últimos momentos de estos dos generales en el lugar del fusilamiento. Este testimonio aparece en el libro de Francisco Lacruz titulado "El Alzamiento, la Revolución y el Terror en Barcelona" y en él se puede leer:




"Las primeras luces del alba saludaron la triste comitiva que descendía por la escalerilla del barco hacia la gasolinera. Entre los dos generales, unos números de la Guardia Civil, en cuyas capas parecían relucir más que nunca "manchas de tinta y de cera". Al llegar al último peldaño, la culata de uno de los mauseres dió en el hombro del general Goded.



-Cuidado, dijo éste dirigiéndose sonriente al guardia. Que todavía soy general.



Juan Maria se adelantó a la comitiva y salió a escape hacia el Castillo de Montjuich, donde la multitud, desde hacía varias horas, aguardaba el placer de ser testigo del fusilamiento. Mujeres sentadas en el suelo, envueltas en mantas que las preservaban del rocío que, con un estoicismo digno de nejor causa, habian aguantado la noche, y milicianos tocados con gorros atrabiliarios, en los que se combinaban todos los colores del arco iris y todas las letras del alfabeto.



Al llegar la comitiva, se aproximó al grupo recien descendido del autocar, y oyó a Goded que, apretando muy fuerte la mano de Burriel, le animaba y se despedía de él.


Un comandante de Estado Mayor, con mono azul, sobre el que destacaba la estrella de ocho puntas, se adelantó a los recién llegados.



-Mi general. Y se excusó encogiéndose de hombros.



-Nada, Perico, respondió Goded. Por mí no se apure usted. Yo me voy. Lo malo es para ustedes, que se quedan con eso...



Y con un gesto harto significativo señaló la sinfonía de harapos y turbios colores que la multitud ofrecía a los ojos.



Pronto estuvieron listos los preparativos indispensables para la ejecución. La prisa se notaba en el ambiente. Todo el mundo tenía la sensación de que una especie de "traveling" cinematográfico debía ser la pauta de las escenas que en los glacis del castillo habian de sucederse. De lo contrario corríase el riesgo de que una batalla campal o un vulgar asesinato fuesen el final obligado de la epopeya.



En un ángulo del foso estaba esperando el piquete que había de proceder al fusilamiento.Los muchachos estaban pálidos y nerviosos. Recien llegados de Tarragona, acababan de enterarse en aquel momento el papel que se les había confiado. Cascos de acero, uniforme caqui, mochila y cartucheras, era aquella compañía lo único que quedaba de la Cuarta División Orgánica del Ejército español. Habian salido de Tarragona porque las autoridades se habian entgerado horas antes de que en la ciudad imperial quedaba tal reliquia. Y sin decirles adonde iban ni para qué eran requeridos, los muchachos se habian encontrado a las cinco de la mañana en el Castillo de Montjuich con aquel espectáculo que no podía ser sino el marco de un fusilamiento.



Ante el piquete se instaló, sereno, con la cabeza erguida y la mirada curiosa de un simple espectador de la tragedia, el general Goded. Su brazo sostenía en el aire. más que acompañaba, al general Burriel. El comandante de Estado Mayor se despidió de él con los ojos brillantes de unas lágrimas que, contra su voluntad, aparecian. Goded abrazó a su compañero. Tiró a lo lejos, con una presión del dedo índice, el pitillo que estaba fumando y se quitó la gorra, que sus manos, cruzadas a su espalda, sostuvieron hasta el último momento. Un silencio de muerte permitió oir claramente el ruido de los cerrojos . y en aquel instante resonó por todos los ámbitos del Castillo una voz, procedente de lo alto de la muralla, que gritaba:



-¡Asi mueren los traidores a la causa del pueblo!



Aún tuvo tiempo el general Goded de dirigir la mirada hacia el lugar de donde saliera la voz. Torció ligeramente la cabeza, y sus labios dibujaron una sonrisa entre burlona y escéptica.


Fué su último gesto.



Sonó la descarga de los fusiles, y en el suelo quedaron los cuerpos de los dos generales. Burriel, con el corazón atravesado por una bala, completamente inmóvil. Goded, desangrándose por varias heridas, luchando en un charco de sangre contra una muerte cierta. La multitud aullaba ferozmente. El capitán que mandaba el piquete, indeciso, no sabía qué partido tomar. Sin voz alguna de mando, los soldados hicieron una nueva descarga. y las balas pasaron por encima de los cuerpos tendidos.


El comandante de Estado Mayor, con mono azul y con la estrella de ocho puntas, se adelantó corriendo:


- Mi capitán, cumpla usted con su deber.



Vacilante, avanzó el capitán que mandaba el piquete. Sacó su pistola, y el tiro de gracia atravesó el zapato del general Goded. Quiso repetirlo y se le encasquilló la pistola. Volvió sobre sus pasos, pidió el fusil a uno de los soldados, y con él en la mano, hizo ademán de adelantarse. Pero ya fué imposible. Empezaron a sonar descargas, y de todas partes de los fosos caía una lluvia de balas sobre los cuerpos tendidos. El comandante de Estado Mayor, el capitán que mandaba el piquete, los soldados, todo el mundo, en fin, que se hallaba en primer término, salía corriendo a refugiarse donde podía.


Juan María no quiso ver más, no pudo ver más. Olvidando su coche, salió a pié, corriendo a refugiar su espíritu en la calma de los jardines de la montaña... Y por vez primera en su vida, la vista d Barcelona, de su ciudad querida, llevaba hacia él un hálito de desesperación y de muerte"




D. Manuel Goded Llopis




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