domingo, 29 de noviembre de 2009

Pacíficos y pacifistas(2)

Pues la verdad es que uno pensaba cortar el rollo de ayer, pero las circunstancias me han obligado a seguir dando matraca, y pido a mis lectores que me perdonen. Una de estas "circunstancias" es la que les ofrezco en esta imagen.

Esto no es un aviso; es una amenaza. Y es una amenaza que no tiene otro objeto que meter miedo, que es uno de los objetivos del terrorismo. Y frente a esto, ¿Qué tendremos que hacer? Pues sigamos:

El pensamiento cristiano ha considerado siempre que la guerra es un azote del que derivan grandes calamidades para los pueblos que, a lo largo de la historia nos han ofrecido el triste espectáculo de una Humanidad enzarzada en luchas para imponer por la fuerza lo que cada uno de los bandos en litigio considera su razón, o su derecho.


Pero del mismo modo que reconoce al individuo el derecho a una legítima defensa, incluso con daño para la vida ajena, también el Estado puede, legítimamente, poner en peligro la integridad de sus ciudadanos y la de los extraños para defender derechos que le son propios. Otra cosa distinta es que resulte fácil justificar con razones evidentes la toma de una decisión tan grave.

La desaparición de los conflictos armados es un ideal al que todos debemos aspirar, pero lo que no se puede hacer, porque así lo exige el bien común, es negar el derecho que tienen los individuos y las sociedades a vivir con dignidad o a defenderse de atropellos y vejaciones que son la negación de todo derecho. Lo que nuestra zarrapastrosa izquierda es incapaz de entender.

Ese pacifismo a ultranza, carente de realismo, que se niega a reconocer la malicia de los hombres, y por ello la posibilidad de la injusticia, jamás ha encontrado apoyo ni en las Sagradas Escrituras ni en el sentir de los teólogos, ni en el Magisterio Pontificio, que no ha dejado de reconocer, en determinados casos, la licitud de la guerra como último recurso para acabar en el orden y la paz. Algo que debería aprender el "muy católico" señor Bono.

Es más; el muy traido y llevado Concilio Vaticano II tampoco descarta que pueda darse un conflicto armado que sea moralmente lícito. Y al afirmar que "quienes militan en el Ejército, al servicio de su Patria, se han de considerar como instrumentos de la seguridad y de la libertad de los pueblos, contribuyendo con ello a fortalecer la paz", estima que la preparación bélica y el uso de las armas puede hacerse necesario, precisamente. para los fines que justifican la existencia de los ejércitos. Concretamente dice:

"...Mientras exista el peligro de guerra, y falte una autoridad internacional competente, y provista de medios eficaces, una vez agotados todos los recursos pacíficos de la diplomacia, no se podría negar el derecho de legítima defensa de los pueblos" (const. Gaudium et Spes-79)

Y ya que empezamos esta historia con unos párrafos de San Agustin, esta vez podemos recoger lo que podría considerarse casi como una "canonización" de la profesión militar, quizás como respuesta a un tal Tertuliano, que andaba ya metido en herejías, cuando escribe:

"...No se te ocurra pensar que no puede agradar a Dios quien milite bajo las armas. Bajo las armas estaba el santo Rey David, a quien el Señor tanto distinguió. Bajo las armas militaban justos del Antiguo Testamento. Bajo las armas se encontraba aquel centurión que dijo al Señor "No soy digno de que entre bajo mi techo...", mereciendo esta respuesta del Señor: "En verdad os digo que no encontré en Israel una fé tan grande como en este militar..." Bajo las armas se encontraba aquel centurión, Cornelio, a quien fué enviado un angel que le dijo: "Cornelio, han sido aceptadas tus limosnas y escuchadas tus oraciones"; y luego le encargó que fuera a buscar al bienaventurado apóstol Pedro, y éste le diría lo que tenía que hacer; y para hacer venir al apóstol, Cornelio le envió otro soldado que también era santo. Militares eran aquellos que vinieron a hacerse bautizar por San Juan; y cuando le preguntaron qué tenían que hacer, Juan les respondió: "No maltrateis a nadie ni los calumnieis, y contentaros con vuestro sueldo". No les prohibió militar bajo las armas, pues les mandó que se contentaran con su sueldo."

Estos párrafos de la carta de San Agustin los hemos reproducido, más que para ser leidos, para ser meditados. Y sirvan para aclarar dudas a quienes, por un mal entendido espíritu cristiano, y acosados por una falsa propaganda, pudieran llegar a considerar incompatibles la profesión militar y el Evangelio. Máxime cuando los nuevos vándalos se disponen a caer sobre la cristiandad. Y si no lo quieren creer, vean esta imagen

Aunque también podríamos citar a otros como éstos


Porque de amenazas empezamos a estar hartos.

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