jueves, 15 de octubre de 2009

EL HONOR (con mayúsculas)

(Dedicado, "con cariño", a nuestros políticos)

Cuéntase que a un soldado de los Tercios, a quien se habia cogido en su primer hurto, aplicándole el Fuero Viejo de Castilla, le condenaron a cortarle una oreja, y al saber la suerte que iba a correr dijo:

-¿Una oreja? ¡Pesia tal! Más querría yo morir que sufrir tal afrenta.

Y lo dijo tan de corazón, que su Capitán le añadió:

-Concédase esa gracia a este soldado tan deseoso de honra.

Y no tuvo que andar por el mundo avergonzado.

La mayoría de los pensadores suele identificar el Honor con la Dignidad. Menéndez Pelayo decía que, en su acepción más general, el honor no es otra cosa que el sentimiento de la dignidad personal en el propio individuo. El sentimiento de su propia grandeza.

Desde el punto de vista cristiano parece, a primera vista, que este concepto del honor no se compagina con la humildad que se deriva de la consideración de nuestra pequeñez ante la infinita grandeza del Creador. Sin embargo, por frágiles y engañosas que puedan ser nuestras grandezas, no por ello dejan menos de ser un reflejo y sombra de la grandeza eterna. Así considerado, el honor representa un plano intermedio en el que convergen los valores temporales y los eternos de una sociedad que ha sido redimida por la sangre de Cristo.

Este era el concepto del honor que inspiró a los ejércitos españoles durante el siglo XVI y buena parte del XVII, cuando eran los más poderosos de la tierra. En los Oficiales y Soldados de los Tercios era el sentimiento del honor el fundamento más importante de la disciplina. Con frecuencia se daban motines, pero rara vez actos de cobardía. "Por la honra pon la vida, y pon los dos, honra y vida, por tu Dios" era un conocido proverbio militar de la época.

Esta idea el honor está hoy reñida, por lo que tiene de convicción de la propia grandeza, con la mediocridad que predomina en la sociedad actual, tan sobrada de racionalismo y tan ayuna de racionalidad. Por eso, cuando vemos que se hace más elogio de la habilidad que de la virtud, de la utilidad que del bien, y que esgrimiendo el derecho positivo se niega el derecho natural proclamando que estamos construyendo una nueva escala de valores más acorde con las necesidades del momento actual, comprendemos las razones que existen para relegar al rincón de los trastos viejos ese concepto del honor como algo que no nos sirve dentro del conjunto de "valores" hacia los que se polariza el mundo moderno.




Nuestro ejército, que fué el primer ejército nacional de la Edad Moderna, era considerado como una escuela de honor en la que los trásfugas y los parias podian ganar de nuevo la consideración social, y pasó a constituir un ejemplo para el resto de las naciones. El último de los menesterosos podía alcanzar honores, y el más poderoso de los aristócratas podía perderlo con la rapidez del rayo, lo mismo que el honor se convierte en ignominia, y el oprobio de este mundo se convierte en gloria eterna.

Y precisamente en ese azar de honores y derrotas se veía su valor educativo, confortador, rehabilitador ante Dios y ante los hombres.

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